domingo, 30 de octubre de 2016

FRAGMENTOS DEL ANÁLISIS DEL FILM “NO ME MATES”

FRAGMENTOS DEL ANÁLISIS DEL FILM “NO ME MATES” PRESENTADO POR EL LIC. DANIEL ANTAR EN EL CINE DEBATE DE LA PELÍCULA.
SINOPSIS:
NO ME MATES es una película basada en un hecho real. La historia de Corina Fernández.
Como todos los días, el 2 de agosto de 2010, Corina Fernández llevó a sus hijas de nueve y once años al colegio. Al dejarlas, su pareja, Javier Weber (disfrazado de anciano), le disparó seis tiros con un revólver calibre 32, en la calle y a plena luz del día. Acertó tres tiros y erró los otros tres. Corina sobrevivió milagrosamente, aunque hasta el día de hoy lleva dos balas en un pulmón.


“El presente documental pone en evidencia una multiplicidad de factores que conjugados, empujan a un precipitado trágico como es el femicidio o su intento. Vemos cómo la displicencia judicial, la falta de alarmas sociales que actúen velozmente como elementos de resonancia válida y, la articulación muchas veces inconsciente de elementos psicológicos del vínculo en juego, orquestan una espiral de violencia muy difícil de desarticular a tiempo. […]
Corina nos señala expresamente y con valiente honestidad al comienzo del documental, que dentro de los factores que implica un vínculo patológico están aquellos que radican en una historia personal de carencias emocionales que impiden advertir con claridad la presencia de signos anómalos en la conducta de la pareja. […]
Javier, ya desde los comienzos y en los pliegues de la relación amorosa. se nos presenta como un muchacho inauditamente celotípico, controlador y fundamentalmente narcisista. Este último rasgo es el que va a comandar a los otros y a todo el despliegue psicopático desde su inicio hasta el desenlace trágico. Su denominador común es que a pesar de que el sujeto posee una aparente conexión adecuada con la realidad externa, eso que llamamos “criterio de realidad” (y que confunde la normalidad con la salud mental), la vivencia subjetiva del vínculo afectivo está dominada por la indiscriminación con el objeto. Javier experimenta a Corina como una extensión de sí mismo, como una cosa que debe responder a su estructura deseante sin consideración alguna por la persona total de ella. Consideración a la que muchas veces me he referido como una adquisición fundamental del desarrollo psicológico y a la que he aludido como el pasaje de la dimensión homopsíquica (objeto parcial) a la heteropsíquica (objeto total).
Es muy posible que en la fase de enamoramiento, la ceguera coyuntural de toda relación amorosa se apoye en el resorte de la idealización de ese otro objeto amado. Sus “defectos” no son vistos o bien pasan a un segundísimo plano, mientras toda la escena lo ocupa ese amor omnipotente, dominado por la ilusión de unidad y devoción (motor en el comienzo de muchos emprendimientos en nuestra vida, que, luego naufragan si no se opera un segundo momento de transformación que implique al anhelo de lo diferente y lo otro).
En condiciones de salud, esa efervescencia (eso que metafóricamente y coloquialmente he aludido como “el efecto cerveza”) va declinando para dar lugar a la puesta en contacto con la especificidad del otro; se abre un campo intersubjetivo donde el otro no es “perfecto” ni responde mágicamente a los deseos de uno de los miembros de la pareja. Piensa y siente distinto…es un mundo a descubrir. Si la retroalimentación es lúdica y trófica la palabra “amor” va adquiriendo volumen y propone la aventura de la complementación en la diferencia. Se trata del pasaje del enamoramiento a la verdadera relación amorosa. […]
El eje de la conducta psicopática de personalidades como la de Javier pasa por la necesidad de un control obsesivo-compulsivo sobre el objeto. Su objetivo –inconsciente- es desmentir la autonomía del mismo que lo deja fuera del control omnipotente. Entonces veremos que ese control va tomando formas varias (muy a propósito es la escena en que Javier toma literalmente el control remoto para cambiar, con total desaprensión el programa de televisión que está viendo Corina, y proceder a poner lo que él quiere); pero una forma principal son la de los celos delirantes, donde Javier postula todo tipo de traiciones por parte de Corina, lo que muy en el fondo, lo habilita a despreciarla e incluso querer destruirla. Se trata de personalidades donde actúa lo que Klein alguna vez denominó como la “tríada maníaca”: control-triunfo-desprecio. Un mecanismo mortífero al servicio de la negación omnipotente y de la pulsión de muerte dada la incapacidad de amar del sujeto en cuestión. Incapacidad que se expresa como envidia destructiva y celos generalizados. […]
Dada esta creciente de espiral violenta, Corina finalmente va advirtiendo la necesidad de actuar y de pedir ayuda (despiertan las pulsiones de autoconservación ligadas a la vida). La pide ochenta veces. Un estado burócrata y ausente, hace que la escucha. Si había un fantasma interno de desamparo, ese Estado se ha encargado de materializarlo. Las restricciones finalmente conseguidas que se le imponen a Javier, son una caricatura grotesca frente a un sujeto que si algo tiene de característico, es justamente burlar la ley y los límites; en ello va el goce que dice “a mi juego me llamaron”. Porque, y hay que subrayarlo, estos sujetos caracterizados por una psicopatía perversa desdeñan todo límite que implique el tope a una fantasía omnipotente de control. […]
Corina es una sobreviviente no sólo del horror de una historia de pareja que culmina con tres tiros que no logran matarla, sino de un horror mayor aún que nos debe escandalizar a todos: el de una justicia injusta; que miró para otro lado, seguramente más placentero y lucrativo; de un agente del Estado que dejó caer en lugar de sostener y hacer valer la ley; de una justicia todavía infiltrada de un ancestral machismo, que deja de algún modo u otro correr un rumor de corrillos que dice: “y algo habrá hecho para merecer eso”.

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